jueves, 16 de enero de 2014

Aquel atardecer














Reconocí tus ojos aquella tarde de tibio reposo.
Y conocí tus manos acariciando el atardecer
dormido sobre mis piernas.

Supe que eras tú
por el silencio y el bullicio de tus abrazos,
por ese “te quiero”
que se quedaba corto ante tu mirada,
esa que me decía
lo mucho que la vida nos ha enseñado,
las lágrimas y las risas
que nos han hecho fuertes y débiles.

En esa fragilidad
que provoca depender de todos y de nadie,
comprendí la rotundidad del “te quiero”,
de las caricias tiernas,
de los abrazos seguros,
de tu mirada sublime.
Entendí por fin, que los lazos que nos unen
se fueron anudando con la fuerza de la tormenta.

Reconocí tus ojos esa tarde incierta y triste…
Y conocí tus manos acariciando mi piel,
aquel atardecer.

miércoles, 8 de enero de 2014

Una muñeca vestida de azul


Tengo una muñeca vestida de azul. Su pelo es blanco y fino como rayos de luna, siempre pide que le haga una trenza. Y sus manos temblorosas son como la tierra de un campo de labranza. Me gusta vestirla de azul porque sus ojos se encienden, aunque sigue pareciendo tan frágil como una mariposa de papel. Mientras me observa divertida le anuncio mi nombre. Quizás hoy me reconozca.